miércoles, 26 de mayo de 2010

Reseñas de películas

El perfume, la condena del amor
Por: Gladys Zamudio Tobar


Huelo las piedras calientes, las ranas frías en el estanque, las larvas que carcomen los cuerpos que carecen de fortaleza para vivir. El aroma se conjuga con el maravilloso y, también, terrible fenómeno del amor. Jean Baptiste Grenouille nace sin olor, sin la esencia que captura a los otros para ser amado.
Una historia dolorosa, la de un hombre que se convierte en asesino sin que él lo percibiera así. Sólo tiene un poder, el que le adjudicó la vida para salvarse y nacer, a pesar del rechazo de los otros seres humanos. Basada en la reconocida obra literaria “El perfume”, escrita por Patrick Süskind, esta adaptación es perfecta para la traducción de las letras a las imágenes, desde luego, sabiendo que las descripciones con la palabra permiten ingresar a lugares inusitados, tan profundos como la imaginación del lector.
El olor a pescado, a descomposición, a putrefacción, en una Francia que ya fraguaba la Revolución, despertaron el grito de vida de Jean Baptiste Grenouille, no sólo el día en que su madre lo arrojó en medio de la basura sino cuando desesperó su memoria olfativa el aroma de las jóvenes –vírgenes- tan dulces como la esencia de las ciruelas que vendía su primera víctima de quien se enamoró.
Una vez muerta la adolescente, Grenouille quiso abrazarse para siempre con su aroma, pero no sabía cómo hacerlo, razón por la cual llegó a puertas del perfumista Baldini quien le dio pistas para perpetuar los olores de la juventud, de la vida, del amor.
En el personaje, Grenouille, interpretado por Ben Wishaw, se percibe el padecimiento de conquistar el olor, pero, más doloroso aún es hallar el olor propio. Pues descubre que no hay uno que lo identifique. Nada de él incitaría a una fémina a amarlo.
Busca incansablemente la perfección de las esencias que lo harían feliz, y logra -a pocos minutos de su condena- que todos disfruten del amor como ocurre en la plaza, donde todos quedan embriagados con el perfume y, sin prejuicios, rozan su piel como una sola, sin pudor y sin leyes.
Jean Baptiste, de la manera más extraña consigue “hacerse amar” vertiendo sobre su cuerpo el resto del perfume -que costó tantas vidas- incluso la suya, al ser devorado por todos los mendigos del putrefacto lugar donde nació y regresó para morir.

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